Montevideo | EFE.-
La libertad responsable y la ciencia fueron las dos grandes apuestas de Uruguay durante una pandemia en la que su gestión fue mundialmente admirada, que atraviesa actualmente su segunda ola y que respira tranquilo gracias al éxito de su plan de vacunación.
Mientras otros países optaban por el confinamiento obligatorio para frenar el avance del coronavirus, el Ejecutivo de Luis Lacalle Pou (centroderecha) depositó, desde que declaró la emergencia sanitaria el 13 de marzo de 2020, su confianza en una población que respondió cumpliendo con este pedido: «¡Quedate en casa!».
Al mismo tiempo, encargó la creación de un equipo que alcanzó tal relevancia que llegó a compararse con la selección que dio al país dos Mundiales de fútbol: el Grupo Asesor Científico Honorario (GACH).
Este colectivo, encabezado por el bioquímico Rafael Radi, quien coordinó junto al gastroenterólogo Henry Cohen y el matemático Fernando Paganini a más de medio centenar de especialistas para asesorar al Gobierno, trabajó durante 14 meses hasta que el 16 de junio de 2021 se disolvió.
En entrevista con Efe, Radi apunta que el trabajo científico, que abarcó desde la elaboración de kits de testeo o mascarillas hasta la investigación académica, y su divulgación contribuyeron para que los uruguayos respetaran las normas sanitarias.
«Se identificó que tener equipos científicos creíbles, con información transparente, pública y en diálogo con la sociedad genera una herramienta súper importante para que la población se adhiriera a las medidas de salud pública», indica.
Presidente de la Academia Nacional de Ciencias y primer uruguayo nombrado por la National Academy of Sciences de Estados Unidos como científico extranjero asociado, Radi resalta el papel «bastante pionero a nivel mundial» del GACH, que lo llevó a ser mencionado por la revista Nature Medicine.
Prevención en psiquiatría, atención a embarazadas y tercera edad, reinicio de actividades en niños, telemedicina o manejo de la epidemia en regiones fronterizas fueron materias analizadas por un grupo que, según Radi, «trabajó mucho en lo que fue el entendimiento de la dinámica, los caminos para la gestión y la mitigación de la pandemia».
Así, Uruguay comenzó a transitar una pandemia que llevó al seguro de desempleo a más de 70.000 personas y a muchas familias a alimentarse en ollas populares solidarias, que cercó lugares públicos habitualmente muy concurridos y que suspendió deportes y espectáculos, entre otras cosas.
Ocho meses después de los primeros positivos, el país suramericano sumaba 3.883 casos y 64 fallecidos en una población de 3,5 millones de personas.
Carlos Batthyány, director ejecutivo del Institut Pasteur de Montevideo, centro de referencia en investigación en Uruguay, asegura a Efe que cada país vivió una realidad «diferente» y, en el caso uruguayo, su baja densidad de población hace que las enfermedades infectocontagiosas «no encuentren un terreno muy fértil para expandirse».
Para el experto, la existencia de una sola metrópolis (Montevideo, 1,5 millones de habitantes) y de pocas terminales aéreas y marítimas le da ventajas para afrontar mejor estas enfermedades.
Pese a esto, la barrera de los 100 contagios diarios que los expertos consideraban básica para rastrear el hilo epidemiológico se rompió y el 17 de noviembre de 2020 sumó 104 casos, iniciándose su primera ola.
Sin vacunas, la temporada estival 2021 fue con las fronteras cerradas, lo que significó un duro golpe para el sector turístico, uno de los más afectados.
El 1 de marzo, cuando Lacalle cumplió su primer año de mandato y el país ya sumaba 58.589 casos y 611 fallecidos, comenzó la inoculación.
La china Coronavac y la estadounidense Pfizer fueron las administradas en Uruguay, que en este momento cuenta con más del 75 % de su población vacunada y casi 2 millones de personas con dosis de refuerzo.
Sin embargo, el país sufrió el rebrote de la primera ola entre abril y junio de 2021 -tras el ingreso de la variante P1-, cuando casos y fallecimientos aumentaron exponencialmente y las unidades de cuidados intensivos estuvieron al borde del colapso.
La transición de la P1 a la delta instaló una ‘nueva normalidad’, que derivó en que el 1 de noviembre se reabrieran las fronteras al turismo tras 20 meses de cierre.
Como en el resto del mundo, la situación volvió a alterarse en diciembre de 2021 con la llegada de la variante ómicron, que elevó los casos diarios de 300 a 10.000 en un mes.
No obstante, las cifras están desacelerando y Uruguay está lejos de aquel momento en que el Gobierno suspendió clases o restringió el derecho de reunión para evitar aglomeraciones.
Mientras tanto, la gente sigue confiando en la ciencia, que se fortaleció, logró «mucho protagonismo» y «mucha credibilidad», según Radi.
«Cuando se hicieron las encuestas en términos de opinión pública acerca de cómo la población había visto esto, el grado de aceptación fue muy alto y era independiente del partido político al que la persona votara, lo que reafirmó que el camino fue muy bueno», subraya.
En esa línea, Batthyány puntualiza que es muy bueno el «enorme reconocimiento» y asegura que los políticos «están apreciando el trabajo de los científicos».
«Más pronto que tarde, uno esperaría que eso se vea reflejado en un mayor apoyo económico y no porque solo la plata es lo que lo importa, sino apoyo económico porque Uruguay no puede olvidarse de que todavía lo que tiene es un sistema científico muy débil», finaliza.