AFP.-
Bajo un sol abrasador y la mirada de medio centenar de personas, dos autos de la fiscalía, con los restos de 13 migrantes muertos hace un mes en un accidente de autobús en Panamá, avanzaron lentamente hasta el fondo del cementerio.
Poco antes, una máquina había cavado una fosa común de unos 20 metros de longitud y tres metros de profundidad, entre maleza, árboles de nance, guayabos y pequeños guayacanes.
Una pequeña ceremonia religiosa a cargo del cardenal José Luis Lacunza despidió a los migrantes, que fueron sepultados en el cementerio municipal de David, a unos 450 kilómetros al oeste de Ciudad de Panamá.
«Son 13 personas las que hoy están en este entierro solemne, de ellas cinco fueron debidamente identificadas a través de los medios científicos internacionales y ocho no han sido identificadas», afirma la fiscal superior de Chiriquí, Melissa Navarro.
Entre los migrantes identificados hay «dos haitianos, un brasileño, un nigeriano y una persona de Eritrea», añade Navarro, presente en las exequias junto a funcionarios de Migración, ministerio público, Cruz Roja y personal de la embajada de Haití en Panamá.
Derecho a ser sepultados
Los dos autos con los cuerpos llegaron escoltados por la Policía, que también desplegó unidades antidisturbios en el cementerio, cuyo acceso estuvo restringido para los curiosos.
Los cuerpos fueron sepultados en bolsas blancas y de manera individualizada en una fosa común, pertenecen a migrantes que no han sido reclamados por sus familiares o que no han podido ser identificados por las autoridades panameñas.
«Por alguna u otra razón hay que enterrarlos porque sus familiares no han venido a buscarlos, así es la vida», señala a la AFP desde la terraza de su casa Aneis Montenegro, una vecina del área que esperaba el cortejo fúnebre.
«Todos en el planeta somos iguales y tenemos derecho a ser sepultados en un cementerio», agrega a la AFP Ramiro Adames, un jubilado de 73 años que salió del hospital unos minutos para ver pasar la caravana.
En el cementerio, algunos haitianos buscaban información sobre algunos familiares. Uno de ellos se desvaneció mientras sepultaban los cuerpos.
Más cuerpos aún sin identificar
El pasado 15 de febrero, un autobús con 67 migrantes a bordo se salió de la carretera en una curva y cayó por un desnivel, en la localidad panameña de Gualaca, provincia de Chiriquí, a unos 400 km al oeste de Ciudad de Panamá.
El vehículo trasladaba a los extranjeros desde el Darién, la peligrosa selva que limita al sur con Colombia, hacia un albergue que los hospedaría en esa localidad del oeste de Panamá, antes de reanudar su viaje sin visa rumbo a Estados Unidos.
En el accidente murieron 37 migrantes y dos conductores panameños. Además, más de una veintena de personas resultaron heridas.
Entre los muertos hay haitianos, cubanos, venezolanos, ecuatorianos, colombianos, además de africanos, entre otros. Debido a la gravedad del accidente, algunos cuerpos quedaron mutilados.
Por falta de espacio en la morgue, los cuerpos habían permanecido más de un mes en un camión frigorífico.
«En este momento hay personas que no han sido plenamente identificadas científicamente», reconoce la fiscal Navarro.
El sueño de una madre
A pocos kilómetros del cementerio, algunos de los sobrevivientes tratan de superar la tragedia. Internados en un centro católico, buscan los recursos para continuar su viaje.
«Perdí a mi mamá y a mi padrastro y pensé por un momento que iba a perder a mis hermanos», señala a la AFP Adriana Quinto, una venezolana de 27 años que salió de su país, junto con 10 adultos y 5 niños de su familia, en busca de oportunidades en Estados Unidos.
Según relata, todos lograron cruzar la selva del Darién, pero su madre y su padrastro murieron en el accidente, mientras que sus dos hermanos, Dionman, de 17 años, y Dional, de 16 años, resultaron gravemente heridos.
«Mi mamá venía con el sueño de acomodar a mi abuela, de acomodarle su casa, de que mis hermanos estudiaran y tuvieran una profesión mejor», dice Quinto.
«Buses sobrepoblados»
Los cuerpos de su madre y su padrastro ya fueron incinerados en Panamá y en los próximos días sus cenizas serán enviadas a Venezuela.
«Me quería volver loco porque no veía a ninguno de los que venían conmigo. Veía gente tirada en el suelo, desmayada, inconsciente», relata a la AFP Dional, quien viajaba sentado junto a su madre fallecida.
Sin embargo, «como ellos no pueden cumplir el sueño ahora nosotros lo queremos cumplir por ellos, es una meta ahora para nosotros», declara Dional.
Hasta el momento, las investigaciones no han determinado las causas del accidente, que ya provocó una demanda contra la empresa propietaria del autobús siniestrado.
Sin embargo, algunos testigos hablan de que los autobuses que transportan a los migrantes desde el Darién hasta el albergue cercano a la frontera con Costa Rica suelen ir con más pasajeros de los permitidos.
«Sabemos y no es ningún secreto que los buses la mayoría salen sobrepoblados» con migrantes, asegura a la AFP Jannette Vásquez, abogada de algunos sobrevivientes.