Chito Quintero, un cooperativista que es ejemplo para comunidades campesinas e indígenas de Panamá, es reconocido por el IICA como “Líder de la Ruralidad”

Chito Quintero pertenece al pueblo originario Ngäbe-Buglé, es un líder sindical y uno de los fundadores de la Cooperativa de Servicios Múltiples Bananera del Atlántico (COOBANA), que hoy tiene 220 socios y más de 600 trabajadores.
San José | IICA.-

El agricultor panameño Chito Quintero, nacido en una comarca indígena, criado en la pobreza y promotor de una cooperativa bananera que hoy exporta a diferentes países y ha mejorado la vida de su comunidad, fue reconocido como uno de los “Líderes de la Ruralidad» de las Américas por el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura (IICA).

En reconocimiento, Quintero recibirá el premio “Alma de la Ruralidad”, que es parte de una iniciativa del organismo especializado en desarrollo agropecuario y rural para reconocer a hombres y mujeres que dejan huella y hacen la diferencia en el campo del continente americano, clave para la seguridad alimentaria y nutricional y la sostenibilidad ambiental del planeta.

Quintero, quien pertenece al pueblo originario Ngäbe-Buglé, perdió a su mamá a los 6 años y desde niño debió salir a trabajar para mantener a sus hermanos. Poco después de comenzar a trabajar en el cultivo del banano se convirtió en un líder sindical y en 1991 fue uno de los fundadores de la Cooperativa de Servicios Múltiples Bananera del Atlántico (COOBANA), que hoy tiene 220 socios y más de 600 trabajadores.

COOBANA trabaja sobre 560 hectáreas propias en el distrito de Chinguinola, en la provincia de Bocas del Toro, donde hace una importante tarea social que incluye desde ayuda para mejoras en las viviendas de los campesinos hasta otorgamiento de becas para estudios básicos y superiores.

El Premio Líderes de la Ruralidad es un reconocimiento para quienes cumplen un doble papel irremplazable: ser garantes de la seguridad alimentaria y nutricional y al mismo tiempo guardianes de la biodiversidad del planeta a través de la producción en cualquier circunstancia. El reconocimiento, además, tiene la función de destacar la capacidad de impulsar ejemplos positivos para las zonas rurales de la región.

El campesino panameño que se hizo a sí mismo y hoy inspira a su comunidad

Todo lo que Chito Quintero consiguió en su vida para su familia y para su comunidad lo consiguió con esfuerzo. Huérfano desde muy pequeño, ha llevado toda una vida de trabajo en la agricultura que lo hizo recorrer un largo camino desde la producción de subsistencia hasta ser uno de los líderes de una gran cooperativa de producción de banano, que hoy exporta alimentos de calidad a países de todo el mundo y es el sostén de cientos de familias campesinas panameñas.

Chito es integrante del pueblo indígena Ngäbe-Buglé, el más numeroso de los siete pueblos originarios del país centroamericano, con cerca de 300.000 integrantes. A los Ngäbe-Buglé se les reconoció la propiedad comunitaria de tierras en las provincias de Bocas del Toro, Chiriquí y Veraguas.

En una de esas comarcas llenas de necesidades nació Chito, quien a los 6 años sufrió un golpe indeleble, cuando su madre murió durante el parto de su cuarto hijo. Con la ayuda de un vecino, la criatura logró sobrevivir, pero Chito y sus tres hermanos quedaron desde ese momento a cargo de su abuela y la vida les cambió por completo.

“Con mi mamá –recuerda- no conocíamos el hambre, porque ella sembraba maíz y verduras; entonces siempre teníamos algo para comer. Mi abuela, en cambio, ya estaba inválida cuando quedamos viviendo con ella, por lo que mis hermanitos y yo teníamos que salir desde muy pequeños a buscar lo que pudiéramos para nuestra supervivencia”.

Chito fue a la ciudad a trabajar de lo que encontrara para conseguir algún dinero que le permitiera mantener a sus hermanos. Luego volvió al campo y, en 1968, consiguió su primer trabajo en una productora de bananos. Entonces no había ido a la escuela y no sabía leer ni escribir. Era sobreviviente, además, de varias enfermedades que habían estado a punto de acabar con él, como sarampión y tos ferina o tos convulsa.

“Aquella era una época muy distinta a la de hoy: había mucho trabajo infantil y no se cumplía ninguna ley de protección a los trabajadores”, cuenta.

Chito es integrante del pueblo indígena Ngäbe-Buglé, el más numeroso de los siete pueblos originarios del país centroamericano, con cerca de 300.000 integrantes.

Con el ingreso a la bananera, Chito comenzó a aprender los secretos del trabajo agrícola y a compartir el conocimiento con su comunidad, donde se sembraba maíz, cacao y distintos tipos de hortalizas, para subsistencia. Eran tiempos duros. “En la bananera, trabajaba desde las 5 de la mañana hasta las 5 de la tarde, por medio dólar diario. Juntaba apenas tres dólares a la semana”, rememora.

Se convirtió en un luchador social y muy rápidamente se integró al Sindicato Industrial de los Trabajadores y Productores Bananeros Independientes (SITRAPI), con el objetivo de conseguir mejores condiciones laborales para los trabajadores rurales.

Un gran paso adelante tuvo lugar cuando formó parte de un grupo de 74 trabajadores que se organizaron y en 1991 dieron nacimiento a COOBANA, la Cooperativa de Servicios Múltiples Bananera del Atlántico.

Entre los agricultores constituyeron un capital inicial de 1.480 dólares estadounidenses y solicitaron préstamos para comprar una empresa bananera. Tanto fue el empuje que la cooperativa consiguió nada menos que 7.200.000 dólares para adquirir una empresa con 560 hectáreas de tierra. El préstamo fue devuelto con el ingreso del trabajo, al cabo de sólo ocho años.

Como los bancos solicitaban garantías de una empresa que conociera la industria bananera, la multinacional Chiquita, principal distribuidor de bananos en Estados Unidos, dio apoyo y ofició como fiadora del préstamo, a cambio de un contrato de exclusividad de venta de la producción obtenida por la cooperativa durante 20 años.

Cuando terminó ese vínculo, en 2011, los agricultores se plantearon caminar solos y exportar directamente su propia producción.  “Yo me entusiasmé con la idea –relata Chito-, pero al principio me decían que era imposible, porque Chiquita tenía una infraestructura y una experiencia en el negocio que nosotros no teníamos. Pero me empeciné, porque era consciente de que aquel que nunca intenta, jamás logra nada”.

Hoy la cooperativa tiene sede en el distrito de Changuinola, en la provincia de Bocas del Toro, y está compuesta por 220 socios y 600 trabajadores. Desde 2010 vende bananos con certificación de Comercio Justo de manera independiente. Los beneficios del Comercio Justo, que incluye la garantía de una retribución adecuada, permitieron a muchos trabajadores mejorar su calidad de vida y dar a sus hijos educación básica y superior a través de becas.

COOBANA, que vende su fruta a países como Suiza, Holanda, el Reino Unido, Italia y Nueva Zelanda, ha ganado en 2017 el premio al Exportador del Año, que otorga el Ministerio de Comercio e Industria de Panamá. La cooperativa está exportando a razón de un millón de cajas de 18 kilos cada una al año. También vende a supermercados en Panamá.

Además, COOBANA integra espacios en los que los principales grupos de interés de la cadena global de suministro de banano cooperan para las mejores prácticas para la producción y un comercio sostenible.

Las familias que trabajan en la cooperativa siembran, cosechan, empacan y exportan y son un verdadero sostén para la comunidad. “Todo lo que se genera, se comparte”, es el lema.

COOBANA, que vende su fruta a países como Suiza, Holanda, el Reino Unido, Italia y Nueva Zelanda, ha ganado en 2017 el premio al Exportador del Año, que otorga el Ministerio de Comercio e Industria de Panamá. La cooperativa está exportando a razón de un millón de cajas de 18 kilos cada una al año. También vende a supermercados en Panamá.

Últimamente, COOBANA está haciendo un importante trabajo para mantener lejos de sus cultivos a la cepa raza 4 tropical (R4T) del hongo fusarium, una enfermedad originada en el Sudeste Asiático que marchita el cultivo de banano, se ha diseminado por plantaciones del mundo y también se detectó en un par de países de América Latina.

La cooperativa hace un estricto control del ingreso a la plantación y a todos los visitantes se les desinfecta tanto el calzado como sus vehículos.

“Como agricultores debemos estar dispuestos a aprender”, reflexiona Chito, quien habitualmente comparte tiempo con gente joven para transmitirles sus experiencias de toda una vida dedicada al trabajo en la tierra.

“Les digo que, aun con poca tierra, es posible tener buenas producciones si aplicamos buenas prácticas y usamos la tecnología moderna. Una hectárea de banano produce habitualmente las frutas necesarias para 1.500 cajas, pero con tecnología se puede producir hasta 4.000 cajas”, afirma.

“A lo largo de mi camino –concluye-, muchas veces he visto a comunidades rurales que viven en círculos viciosos, en los que se repiten las frustraciones. Pero la realidad no tiene por qué ser esa: hay mucha gente que se esfuerza para producir más con pocos recursos. He aprendido que el deseo de aprender es el mayor poder que puede tener una persona. Yo, a pesar de que no estuve un solo día en la escuela, pude aprender a leer y a escribir y hoy en día hasta manejo mi propia computadora. Por eso les digo a los jóvenes: ustedes pueden hacer mucho más que yo. Aprendí que ser perseverante da un buen ejemplo a los que están en el entorno de uno y que solo con esfuerzo se consiguen frutos”.

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