Por Elvis Gómez Mena | Editor de Opinión | cawtv.net | Managua.-
Los soberbios no pueden aceptar a nadie superior a ellos en el radio de sus destrezas y les encanta recalcar los defectos de otros para subrayar sus virtudes. Señalan los errores de otros para demostrar que ellos si son sabios y capaces y generan envidias y por eso ganan enemistades.
El soberbio es la máxima expresión de la maldad en la tierra, según decía el Padre Raúl Henríquez, SJ, en su homilía del viernes en la novena en honor al Sagrado Corazón de Jesús que se celebra en la Iglesia de Xalteva de Granada.
Esta conducta es común en personas malvadas, capos de la droga, en algunos empresarios y religiosos. El horizonte del orgulloso es terriblemente limitado: se agota en el mismo.
No logra mirar más allá de su persona, de sus cualidades y virtudes, de su talento. El suyo es un horizonte sin Dios, ni siquiera se parecen los demás, no hay sitio para ellos.
El soberbio tiene un ego inflado y se mira así mismo como grande, diferente, superior, único, viendo a los demás como gente de quinta categoría y sabe despreciar al otro porque no es como él. Suele esconderse en las máscaras de las riquezas, la raza, la nación, la tendencia política, la religión inclusive, para despreciar al otro, a quien ve como persona inferior.
Cualquier motivo es bueno, desde la falsa percepción de sí mismo, para verse por encima de los demás, En el campo religioso considera a los que caen por sus flaquezas como ruines pecadores que no merecen el amor de Dios ni oportunidad de cambio.
La condena porque no creen y no viven como él. En la parábola del fariseo que oraba diciendo que ayunaba, pagaba el diezmo y no era pecador como el publicano que estaba atrás en el templo, Jesús recrimina a este hombre por su soberbia y ensalza al publicano que no se atrevía a levantar los ojos al cielo y pedía perdón por sus pecados.
La soberbia es usualmente el mayor obstáculo para la gracia y el primero de los pecados capitales, por ser la raíz de todos ellos. Adán y Eva quisieron ser como dioses y por eso cayeron en el terrible pecado de la desobediencia. Los soberbios se atribuyen a si mismo los bienes recibidos de Dios y creen que los poseen por mérito propio; presumen de cualidades que no tienen o no en tan alto grado y desean solo para si el destacar, despreciando y olvidando a los demás. El orgullo es de fuente de todos los vicios y la causa de todos los males que acontecen y acontecerán hasta la consumación de los siglos nos dijo el Santo Cura de Ars.
El soberbio tiene un amor desordenado hacia sí mismo y vive de la ilusión de que él es el mejor, un ser diferente, elegido por Dios para estar por encima de y suele humillar, burlarse, e injuriar a los demás. Se jacta de lo que tiene y fácilmente cae en vanagloria.
En muchas veces es hipersensible, ya que se considera un pequeño dios, que hay que adorar y nunca contrariar, es muy dogmático, fácilmente condena a otros, siempre tiene la última palabra y le encanta ver a los demás como ignorantes. Muy difícilmente acepta sus errores y le cuesta mucho la corrección fraterna.
Una de las cosas peores que pueden ocurrir en el campo matrimonial, en comunidades cristianas, en organizaciones civiles o en la política partidaria, es la guerra de egos. Cuando dos soberbios se enfrentan, es tal el desprecio, la ira y las ganas de destruir al otro, ya que uno proyecta en el otro lo que uno es, no importa los medios que puedan usar para ponerse en primer lugar, demostrar que es el mejor y confirmar que no hay nadie como él.
El antídoto de la soberbia es la humildad, que consiste en vernos delante de Dios como simples criaturas que hemos recibido de Él y vaciarnos continuamente de nuestro ego, evitando deseos enfermizos de gloria, jactarnos de nuestras cualidades y presumir de las cosas que tenemos. Jesús es nuestro modelo máximo de humildad, que siendo Dios y sin dejar de serlo, se despojó de todo su esplendor divino, bajándose para vivir como uno más, sirviendo toda su vida en la mayor sencillez y pobreza y muriendo por un amor.
Quien se ensalce será humillado y quien se humillare será ensalzado.
Si consideramos la más intensamente grandeza de Dios, la humildad de Jesucristo y nuestra propia miseria, seriamos mucho más humildes. Y con la humildad nos sobreponemos a la tenebrosa soberbia que es un pecado mortal de condenación de muchas personas en el mundo.