«A 37 años de la muerte de Guillermo Cano, director de El Espectador por órdenes de Pablo Escobar»

Por: Elvis Gómez Mena / Editor de Opinión | cawtv.net.-

Su rostro pálido no reflejaba ningún dolor, ni tristeza, estaba tranquilo, en paz como siempre vivió, mientras la vida se le escapaba por los agujeros de las balas de 9 milímetros. Su mirada fija parecía decir algo sin palabras, su boca cerrada y sus manos temblorosas trataban de buscar las teclas de la máquina de escribir que nunca apartó de su lado, porque, aunque ya tenía computador, prefería su vieja Olivetti. Era como si quisiera escribir los últimos párrafos sobre su añorada paz para Colombia. Él siempre decía que le repugnaba la paz de los sepulcros: “Debemos comenzar a ensayar la paz verdadera y duradera”, afirmaba. Censuraba con firmeza la actitud de militares y políticos corruptos y a los narcotraficantes que habían implantado su política del terror, y quienes se habían metido con algo vital para él: la paz del país.

Asesinado por dos sicarios

Era un día tranquilo, cubierto por un ambiente de tristeza y paz. Eran casi las siete y treinta de una fría noche del 17 de diciembre de 1986, cuando don Guillermo Cano Isaza salía de El Espectador y al tratar de hacer un cruce en “U” en su Subaru rojo oscuro de placas AG 5000, para ir hacia el norte donde estaba su residencia, fue baleado por dos sicarios en una motocicleta. A esa hora la primera edición ya estaba lista y quedaban solo los periodistas y trabajadores de la edición Bogotá. Yo salía en mi Renault 12, dirigiéndome también a mi casa. Sentí los disparos y no me preocupé por la gente de la motocicleta; solo por correr a ayudar a don Guillermo, Memo, como le decíamos, narró a esta publicación el periodista Rodolfo Rodríguez. La camioneta de don Guillermo iba lentamente chocando contra el poste de alumbrado público donde la gente acostumbraba a esperar los buses.

Ese recuerdo todavía me duele y es la primera vez que escribo sobre esto. Nunca he podido olvidar la imagen tranquila de don Guillermo.

De urgencia a una clínica que aún no funcionaba

Un compañero de trabajo, Alfonso Convers, quien estaba a cargo de la jefatura de circulación, llegó a ayudarme a sacar a don Guillermo de la camioneta, que tenía dañada la puerta. Había dejado mi carro con el motor encendido y las puertas cerradas. Una anciana que estaba en el paradero del bus me decía angustiada: “llévenlo pronto al hospital”. La calle estaba gris, solitaria y ya no se oía el sonido de la motocicleta de los sicarios. Realmente nunca vi sus rostros. En ese momento solo me interesaba socorrer a don Guillermo.

Lo cargué y lo metimos en la parte trasera del pequeño Renault 4 de Convers. Apoyé su cabeza sobre el asiento y puse sus piernas sobre las mías, mientras gritaba: “Memo no te mueras, aguanta que ya vamos al hospital”, relató Rodríguez a esta redacción.

Luego nos dirigimos raudos hacia allá, pero cuando llegamos varios agentes nos dijeron que aún no estaba en servicio. Dimos media vuelta y nos dirigimos rápidamente a la clínica de Cajanal, centro hospitalario en Bogotá, en la zona de los Ministerios en el CAN, que aún no estaba en liquidación. Su rostro seguía tranquilo mientras la vida se le iba. En la puerta de urgencias me bajé y tomé con todas mis fuerzas el cuerpo de don Guillermo Cano Isaza y me dirigí al quirófano de emergencia. Cuando traté de levantarlo un poco más para colocarlo sobre el frio metal de la mesa quirúrgica, lo sentí más pesado y pensé “Se nos va don Guillermo” y le dije al médico de turno, él es diabético. El galeno rompió la camisa y con su sapiencia hizo una herida en el pecho tratando de evitar que se le fuera la vida. Después me sentí mal y salí de allí para esperar las noticias.

Pasado 10 minutos llegó el médico y a los dos, a Convers y a mí, en la sala de espera, nos dijo que había muerto. Ahora, ¿cómo hago para darle a doña Ana María la noticia de la muerte de don Guillermo? Llamé al periódico y al primero que me contestó se la di; ellos se encargaron de avisar a la familia.

Don Guillermo, un gran maestro de la comunicación

En ese momento comencé a desenvolver los recuerdos desde cuando conocí al hombre que nos dio su sabiduría, sus estrategias periodísticas y su testimonio sobre ética profesional y honestidad.

Creía en el talento de la gente

Guillermo Cano Isaza creía en el talento de la gente, lo apoyaba y exigía esfuerzo y calidad en el trabajo. Inventó un “muro de la infamia” que estaba en una pared entre la redacción y el taller de armada, donde ponían aquellos gazapos o errores graves del material publicado por los periodistas. También tenía un círculo íntimo integrado por aquellos en quienes él depositaba toda su confianza y a quienes apoyaba; siempre se mantenía en comunicación, comentando el trabajo de ellos y los planes de futuras investigaciones, crónicas e informaciones. A ese grupo lo apoyaba en todo lo que planeaba hacer. Su pasión era el Periodismo.

Su último editorial

Ese 17 de diciembre había salido su último editorial – que aún conservo – en el cual escribía: “Así como hay fenómenos que compulsan el desaliento y la desesperanza, no vacilo un instante en señalar que el talante colombiano será capaz de avanzar hacia una sociedad más igualitaria, más justa, más honesta y más próspera”. En un artículo de su Libreta de Apuntes dijo: “Hay que decirle a la mafia: ¡Ni un paso más!”.

Era, don Guillermo, un periodista de conducta trasparente y valiente, que amaba a Colombia y a su gente y los actos de quienes violaban la seguridad del pueblo, no quedaban impunes.

Tenía una pluma sencilla, humilde pero enérgica y que era respetada no solamente por la elite del Gobierno y la política sino por todo el país. Muchos lectores, cuando sucedía algo importante, lo primero que hacían era ir a la página editorial buscando la nota de don Guillermo.

Las palabras de paz y unidad de Guillermo Cano Isaza se levantaron y Colombia guardó silencio. Don Guillermo fue un vocero del pueblo Colombiano.

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