Por Toni Cerda, Jordi ZamoraA Barcelo | AFP.-
Un histórico acuerdo mundial contra el cambio climático, que une por primera vez en esa lucha a países ricos y en desarrollo, fue aprobado este sábado por 195 países en una conferencia cargada de emoción en París.
Seis años después de la fallida conferencia del clima de Copenhague, la comunidad internacional demostró que tomó conciencia de un problema que amenaza la vida en el planeta.
«Miro a la sala», dijo rápidamente el canciller francés Laurent Fabius. «No oigo objeciones: el Acuerdo de París sobre el clima queda aprobado», añadió con nerviosismo, antes de pegar un martillazo, como manda la tradición.
Los asistentes rompieron en vítores y aplausos, y muchos rostros reflejaron los años de esfuerzo diplomático.
El Acuerdo de París reemplazará a partir de 2020 al actual Protocolo de Kioto y sienta las bases para la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero y, más importante aún, para empezar a soñar con un mundo sin combustibles fósiles.
«El acuerdo en París no resuelve el problema, pero establece el marco sostenible que el mundo necesita para resolver la crisis climática», subrayó en Washington el presidente estadounidense, Barack Obama.
Dos semanas de negociaciones, conducidas con maestría por la diplomacia francesa, llevaron a un resultado que plantea enormes retos para el sector energético, pero al mismo tiempo grandes oportunidades para los que apuesten por las energías limpias.
Más que 1,5º, pero menos de 2º
El texto, de 31 páginas en inglés (40 en castellano), vincula la suerte de las grandes potencias emisoras de gases de efecto invernadero, como Estados Unidos y China, a la de las pequeñas islas del Pacífico amenazadas por la subida del nivel de los océanos.
Los países industrializados, responsables históricos del problema, deberán ayudar financieramente a los países en desarrollo.
Las potencias emergentes que lo deseen podrán añadirse también, pero de forma voluntaria, como de hecho ya ha empezado a hacerlo China.
Todos los países se comprometen a controlar mutuamente sus planes de reducción de emisiones (INDC), con revisiones quinquenales a partir de 2023.
El objetivo es que esas emisiones, principales responsables del calentamiento del planeta hasta niveles récord, dejen de aumentar «lo antes posible» y luego se reduzcan «rápidamente», aunque sin fijar porcentajes ni plazos, como querían los países más resueltos.
Para la segunda mitad del siglo, queda el objetivo aún más ambicioso: lograr un equilibrio total entre las emisiones de gases de efecto invernadero y las acciones para contrarrestarlas.
El texto propone limitar el aumento de la temperatura del planeta «muy por debajo de 2 ºC con respecto a los niveles preindustriales», y «seguir esforzándose por limitar el aumento de la temperatura a 1,5 ºC».
Eso satisface tanto a los países emergentes, que no quieren comprometer su desarrollo económico, como a los países más vulnerables a los desastres meteorológicos.
Un ‘mínimo’ de 100.000 millones
Los países en desarrollo recibirán 100.000 millones de dólares «como mínimo» a partir de 2020, una cifra que sería revisada «a más tardar» en 2025.
Esa era una exigencia que tiene su origen en la fallida conferencia de Copenhague, y que une a todos los países en desarrollo sin excepción.
Pero esa parte clave queda fuera del «núcleo duro» del texto, y es situada en el capítulo de decisiones, para evitar entre otros los obstáculos del Congreso estadounidense, en manos de los republicanos.
El gran escollo en los últimos años ha sido la exigencia de los países ricos de que las potencias emergentes que más contaminan, como China, también contribuyan.
El texto especifica que los países desarrollados «deberán proporcionar» la ayuda a sus socios en desarrollo, y alienta a «otras partes a que presten o sigan prestando ese apoyo de manera voluntaria».
Esos 100.000 millones son «un punto de partida valioso, pero sigue siendo menos del 8% del gasto militar anual» del mundo, recordó un científico, Ilan Kelman, del University College de Londres.
Últimos forcejeos
El texto fue aprobado por consenso, no sin forcejeos diplomáticos de última hora.
Nicaragua fue la nota disonante. «Nicaragua no acompaña el consenso», dijo su negociador, Paul Oquist, quien calificó de «antidemocrático» el procedimiento que llevó a la aprobación del acuerdo.
Pero todos los demás, incluso otros duros negociadores como Venezuela, mostraron su satisfacción por un éxito que su delegada Claudia Salerno calificó de «revolucionario».
Para demostrarlo, Venezuela anunció su programa de reducción de emisiones, en concreto, un 20% para 2030.
Con este añadido, ya son 187 países los que se comprometen a reducir sus emisiones, lo que representa más del 95% de los gases de efecto invernadero del planeta.
El acuerdo «es una victoria tremenda» dijo el secretario de Estado norteamericano, John Kerry, mientras que la negociadora brasileña, Izabella Teixeira, destacó «el acuerdo balanceado, ambicioso y duradero, que el mundo esperaba».
«Hoy la raza humana se ha unido en una causa común, pero lo que suceda tras esta conferencia es lo que importa realmente», advirtió sin embargo, la organización ecologista Greenpeace.
En las calles de París, miles de ecologistas desfilaron para demostrar que no bajarán la guardia.
«Estoy aquí para mostrar que incluso sin tener mucha esperanza en la COP21, vamos a continuar luchando», declaró Anne-Marie, de 69 años.